No se pierde quien no sabe donde va.
Domingo noche húmeda y fría. Divagaba por las lúgubres calles el señor K. cansado de la rutina dominical salió al encuentro de alguna aventura, que pudiera ofrecerle la ciudad. Transitaba sin destino, preso de la cadencia social por ser el último día de ocio antes de la abrumadora semana laboral. Quizás y sin temor a equivocarme, no esperaba K, ningún suceso a los que se vería sometido esa noche. Deduzco que, sin muchas esperanzas salió al encuentro de algo que amerite ser anécdota en una reunión de amigos. De manera indudable uno tiene la vida llena de deseos que nunca se cumplen, pero cuando lo hacen sorprenden hasta al mas optimista. Esto último fue el sentimiento de K.
Cabeza gacha, manos apesadumbradas y dentro de los bolsillos, avanzaba sin caminar por calles sin nombres, o al menos esa noche lo eran para el. Desilusionado por no encontrar algo que cambie su situación emocional, había emprendido luego de una larga caminata el regreso a su hogar. Pensando en la semana que le esperaba afrontar, con insomnios, viajes, horarios y resignaciones de empleado.
Llegado a un cruce de calles, las cuales podían resultar de un constante transito a lo largo del día, por aquellas horas parecían mas que desérticas. Esperando sin embargo que la luz del semáforo anuncie el verde, alcanza a divisar una silueta. La misma se encontraba esperando lo mismo que el.
Con la luz verde la silueta y él se encontrarían a mitad de la calle. Pensando en eso y presagiando por los rasgos que la silueta tenía facciones femeninas, decidió no cruzar, la esperaría allí.
Tal cual lo imaginó aquella silueta tomó forma de mujer, luces y rayos de luna la impactaban. Sin embargo cada paso que ella daba hacia él era menos tiempo para tejer algún atisbo de dialogo, ¡qué decir!, se preguntaba.¡con que palabras poder frenar la ocasión que la noche le presentaba!. En segundos, soñó con poder conquistarla, llevarla a un bar, tomar algo, acercarse mas afectuosamente esperando que mimos y caricias lleven esa relación a un ámbito mas privado.
¿Sería acaso ella un regalo que una-hasta el momento- anodina noche le esperaba?. Se propuso que así lo era. Decidió pararse delante y decirle lo que su mente pusiera en su boca. Algo le brotó: “hola preciosa, sola en esta noche fría?”.
Sabia que no era la frase más ingeniosa ni mucho menos romántica, pero le brotó de sus labios con una fluidez muy convincente, era esto ultimo lo que le dio esperanzas de ser escuchado.
La mujer lo miró, y con los ojos llenos de lágrimas le esbozó una sonrisa forzada. Se sintió contento, había logrado su atención.
Divisó sin embargo vestigios de lloros que hubieron recorrido sus rosadas mejillas. ¿Qué ha pasado, hermosa?, ¿Por qué estuvo presente el llanto en esa cara tan bonita? Ella lo miró a los ojos y con nuevas lagrimas recorriéndole los pómulos, le dijo una terrible frase: “he tenido un amor, pero ha terminado, he sido despojada del afecto que juntos construimos”.
La forma y la expresión en que la esgrimió provocaron un sentimiento compasivo a K.
Caminaron una cuadra, llegaron a una desolada plaza y se sentaron en un desvaído banco. Allí K escuchaba lamentos de lo que fue y ya no era.
Durante minutos, horas escuchó cual psicólogo, las desventuras de aquella dama. “una vieja amiga se ha llevado el amor que me pertenecía, he sido abandonada”.
Su cabeza en el hombro de K, ponían a este ultimo en la posición de poder aprovecharse dada la inesperada situación. Volvió a pensar en el bar, tomar algo y demás. Pero algo interrumpió sus propios deseos. La ingenua mansedumbre con la cual aquella mujer se había entregado a la confesión de su desgracia ante aquel desconocido para ella como él, lo puso en la posición de ayudar y no de valerse de sus penas.
“¿Cómo puede el hombre cambiar el sentimiento de cuatro años en un par de días, y abandonar ese amor, o acaso se va avizorando una ruptura que tuvo su desenlace en aquella fatídica noche?”. Le preguntó la mujer, casi con tono incriminatorio por ser hombre.
Con pena y resignación, se vio en la imposibilidad de poder articular palabra alguna ante aquella interrogación. Era hombre, sabia que alguna vez había pasado por cierta situación análoga a la presente. Igualmente salió de la incomodidad con una frase, no una respuesta: “mira, lo único que se, es que el amor no es imperecedero. Todo lo que hoy nos gusta, mañana no sabemos si sucederá igual”. Sabía que no había contestado, pero dejaba abierta la conversación.
La mujer pensaba en la locura que estaba cometiendo al contarle vivencias a un desconocido. Alguien que hasta hace un rato no era nadie, ahora resultaba ser parte oyente de su desgracia. Quizás sería la terrible desazón la que obraba por encima del raciocinio.
Pasadas unas cuantas horas de conversación, empezaba a sentirse a gusto con K. Empezó a ver con más claridad al hombre que prestaba sus oídos para escucharla. Lo notó sumiso, de buenas facciones y definitivamente muy lindo.
Entretanto K, mantenía un profundo dilema: ¿“avanzar sobre la mujer y jugarse toda la cordialidad que poseía de ella, o escucharla hasta que llegue la hora de despedirse”?. Era algo que todavía no vislumbraba de forma clara.
Ella, sin embargo empezaba a sentir que su contención sus abrazos y atención, la llenaban de algo más que gratitud. Debía olvidarse para siempre de la relación que había roto. Y K le parecía la mejor forma. Aceptó de muy buena manera la invitación de él a tomar algo. Pensaba que después de todo lo que sufrió, una esperanza se habría ante ella. No sabía de manera cierta si lo que acababa de hacer estaba bien, solo actuó por impulso.
Luego de unas copas dejaría que todo fluyera de forma natural.
Cada movimiento, gesto o acción por parte de ella sería estudiada para saber que decisión tomar. Era la idea de K.
Era muy linda, se hacia inevitable no desearla, poseerla, acariciarla y tenerla toda para sí. Pero eso eran sueños que todavía no estaban cumplidos. En un momento se percató del tiempo que llevaba allí, vio con espanto que en no más de cuatro horas debía irse a trabajar.
…Y las copas pasaban y ella comenzaba a sentirse poseída por el alcohol. No era de beber, pero aquella noche poco importaba. Quería desinhibirse, liberarse de todo aquel sufrimiento. Sentirse una mujer deseada, libre. Saber que su vida no terminaba donde aquel amor la había dejado, sino saber que podía comenzar donde el destino la había depositado, en aquel cruce de calles, en aquella plaza, en ese bar, con ese hombre.
Algo le decía a él, que podía ser su noche, esa, la que fue a buscar cuando decidió recorrer las calles. Luego de pensarlo mucho lo decidió, su instinto le decía lo que tenia que hacer, no debía perder más tiempo. Además, el vino empezaba a adueñarse de sus acciones, y no podía permitírselo.
Con el alcohol recorriéndole ya todo el cuerpo, aquella mujer de rostro triste, comenzaba a sentirse desinhibida, libre para acceder a cualquier pedido que K le propusiera. Sin más, se acercó a él y sin previo aviso lo besó inesperadamente.
K no lo podía creer, se hizo realidad su noche, sus deseos eran palpables. La sentía, lo adivinaba en como lo besaba, la pasión que le transmitía. Sabía que la poseía, que era suya, que no tenía que convencerla de nada. En un instante pensó en su decisión y en como ella lo tomaría.
Finalmente se entregó en pensamiento y espíritu, dejo que K la poseyera en su totalidad, pero no lo sentía así en él.
Recordando su decisión, y yendo contra sus principios, K tomó su cara, apoyo ambas manos, una en cada mejilla, acarició su cabello y la apartó de manera sutil para decirle algunas palabras, ante una mirada mezcla de pasión y asombro.
Simplemente le comunicó su decisión: “Eres una hermosa mujer, ¿Quién no quedaría atónito ante tanta belleza?. Sin duda mucho mas de lo que Salí a buscar hoy, tu infortunio y por el contrario mi dicha al encontrarme contigo, nos han puesto aquí, en esta situación por demás inesperada. Mentiría si dijera que no me muero por devolver en forma muy apasionada esos besos que me regalaste, pero quiero que el destino si nos une, lo haga en igualdad de estados emocionales, podría aprovecharme de tu desgracia, y créeme que lo he pensado, pero seria un engaño a mi mismo, no tendría ninguna virtud beneficiarme de tu estado. Solo quiero llevarte a tomar un taxi, que llegues a tu casa y puedas olvidar con el paso de los días lo que fue tu amor, y acaso también lo que pasó esta noche. Y si de acá a algún tiempo, cuando te encuentres de otro animo y en alguna esquina de tu vida, y por azar nos volvamos a encontrar, quizás, quizás ese sea el día que el destino quiera unir nuestras vidas”.
La mujer con lágrimas en los ojos escuchó cautiva todas sus frases. Nada podía hacer más que cumplir su decisión. Con resignación secó su cara y como pudo se arregló el pelo. Se levantaron y lentamente abandonaron aquel bar.
K sentía que había hecho lo correcto. Caminaron hasta la parada, casi en silencio, simplemente se miraban y abrazaban mas fuerte, cada mirada un dialogo, cada abrazo un sentir mutuo de pasión incontenible.
Se despidieron, no se dieron nombres ni direcciones, todo lo dejaron al arbitrio del destino. El lo quería así, ella lo aceptaba así.
Luego de unos años…
Ciertos domingos ella sale a buscarlo, se detiene en los cruces, plazas y calles, imagina una silueta, esa que una noche se convirtió en un hombre, que la escuchó, que la contuvo y ayudó de manera desinteresada. Pero íntimamente sabia que nunca se encuentra lo que se busca, simplemente la vida y el destino barajan sus cartas, las ponen en la mesa y acaso en ese momento sea uno el que elije, pero dentro de las posibilidades ofrecidas. La esperanza la mantenía vívida.
Por el contrario K ya no sale los domingos, es el único día libre que tiene y se lo dedica a su “esposa”. A veces se pregunta que será de aquella mujer, que una noche pudo ser suya…, qué será….
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